La semana pasada, en nuestra reunión de apoyo a mamás de hijos con discapacidad, hablamos de cómo nuestra vida se ha visto afectada por la llegada de un hijo con discapacidad. Dimos algunos ejemplos de cómo es que transcurren nuestros días: hemos perdido la noción del tiempo y nos hemos vuelto impuntuales; nuestra casa está más desordenada que antes; dejamos de lado cualquier actividad que no se centre en la rehabilitación de nuestr@ hij@, dejamos de frecuentar a nuestros amigos y, a veces, hasta a la familia; queremos pasar obsesivamente de una terapia a otra y otra, sin importar el cansancio físico y mental, de nuestros hijos y de nosotras mismas; nos olvidamos de las necesidades de los demás miembros de la familia, nos damos cuenta de ello y nos sentimos culpables; nos hemos dejado de lado a nosotras mismas, descuidando nuestras necesidades y nuestra propia imagen; pasamos fácilmente de un estado de ánimo a otro, de la tristeza a la felicidad, de la irritabilidad al agotamiento; y un largo etcétera.
En resumen, nuestra vida se ha vuelto ingobernable, lo que quiere decir que hemos perdido el control, el rumbo y, en ocasiones, el sentido de nuestra propia vida; nos sentimos confundidas, sin guía, encerradas en un caos constante, sin embargo, sabemos que tenemos que seguir moviéndonos con y por nuestros hijos, pero no sabemos hacia dónde ni para qué, sólo nos movemos, nos movemos y no nos detenemos.
Hubo un tema que nos tomó mucho más tiempo y reflexión, algo que realmente ha vuelto nuestra vida ingobernable,el miedo al futuro, ese que todas coincidimos sentir y vivir: ¿qué pasará con mi hijo el día de mañana, será dependiente toda la vida de alguien más, podrá caminar, hablar, relacionarse con los demás?; ¿se casará, le darán trabajo, podrá tener hijos?; ¿si yo llego a faltar algún día, quién verá por él o ella?; ¿y si mañana ya no tengo los recursos para darle lo que necesita?; ¿podrá ir a la escuela, y si es así, se burlarán de él o ella, tendrá amigos?… Y así siguen miles de dudas, cuestionamientos, miedos… Entonces entramos en un estado de pánico que nos lleva a ver un futuro terrible, desalentador y sin esperanza para nuestros hijos con discapacidad; nos paralizamos y dejamos de pensar clara y objetivamente, y cuando volteamos a ver a nuestros hijos no podemos más que sentir una gran pena por ellos y por nosotros, sentimos una profunda tristeza y, también, nos enojamos; dejamos de ver todas las oportunidades que hoy tienen y nos lamentamos por aquello que “estamos seguros” nunca tendrán. Dejamos de hacer lo que tenemos que hacer hoy y nos cansamos anticipadamente por lo que tendremos que hacer con y por nuestros hijos el “resto de nuestra vida”. Perdemos el control de nuestros sentimientos, nuestras emociones, y entramos en una círculo de angustia y preocupaciones que no parece tener fin.
Sí, todas hemos estado ahí, en mayor o menor medida, en mayor o menor intensidad, pero ahí hemos estado. Y como uno de los objetivos de este grupo de apoyo, además de compartir nuestras experiencias, es compartir nuestra esperanza, aquello que hemos intentado y que nos ha funcionado, surgieron estas ideas o herramientas que podemos aplicar cada vez que nos sintamos fuera de control, confundidas, temerosas, cada vez que sintamos que nuestra vida se vuelve ingobernable:
– Tomate 10 minutos al día para priorizar, reconocer y planear: distingue entre lo más importante y lo más urgente; qué tienes que hacer hoy y qué puede esperar para mañana; reconoce tus sentimientos, cómo te sientes hoy, si algo te hace sentir tranquila, hazlo, y si algo te provoca angustia, evítalo; planea tus actividad con anticipación, aunque abierta a los cambios de último momento. Así tendrás un panorama un poco más claro de tu día, de tu vida y de lo que esperas lograr.
– Vive Sólo por Hoy: ya sé, esta trillado, pero funciona. Cuando sientas que la angustia por lo que sucederá mañana te invade, respira hondo y repite “sólo por hoy” cuantas veces sea necesario; el mañana no existe, no hay garantías ni certezas, lo único con lo que contamos es el “hoy”, entonces, ocupa tu mente y tu tiempo en algo que “hoy” sí puedas hacer, y verás como la angustia y la preocupación empiezan a disminuir.
– En medio de una crisis o confusión intenta dar dos pasos para atrás, de manera que logres ver el problema de lejos y no siendo parte se él, así podrás verlo en su real perspectiva y darle su justo valor e importancia. A lo mejor descubres que no es tan grave, o que sí tiene solución, o quizá ni siquiera sea un problema.
– Ten fe: en que existe algo o alguien Superior a ti que sí puede hacer por tu hijo aquello que tú no puedes; en que todo pasa “para”algo; en que eres suficientemente fuerte para enfrentar lo que venga; en que nada es para siempre, todo pasará.
No tenemos que usar estas herramientas a la perfección y ser expertos de un día para otro, pero el simple hecho de intentar una o varias de ellas seguro nos da un poco más de claridad y serenidad para poder continuar, y sobre todo, nos proporcionará ese rumbo que a veces sentimos perdido.