El despliegue de la vida humana está marcado por la diversidad, ciertamente, pero también por los conflictos y carencias que la atraviesan. A veces las limitaciones van asociadas a diferencias biológicas, como la edad –con las necesidades inherentes a la infancia y a la vejez, por ejemplo- o el sexo; otras veces tienen que ver con factores ambientales, que dan lugar a problemas en el sostenimiento material, las formas de convivencia o las condiciones de salud, entre otros.
En todo caso, no es la perfección o la plenitud lo que caracteriza la existencia cotidiana, sino el espacio potencial que se abre a partir del reconocimiento de los límites y la voluntad de superarlos. En este sentido, se puede afirmar que la falta nos constituye como sujetos en proceso en relación con el contexto social concreto en el que se mueven nuestros proyectos personales y colectivos.
Sin embargo, con frecuencia la diversidad y las limitaciones se vuelven motivo de discriminación, lo que ocurre cuando determinadas diferencias (ser mujer, tener Síndrome de Down, ser inmigrante) o faltas (padecer depresión, no poder caminar) son estigmatizadas y convertidas en rasgos de inferioridad en algún sentido. En tales casos, no son las diferencias ni las limitaciones lo que produce desigualdad o exclusión, sino los mecanismos de inferiorización asociados a ellas.
Véase más en http://obrasocial.lacaixa.es/deployedfiles/obrasocial/Estaticos/pdf/Estudios_sociales/vol33_es.pdf
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