Hace un año Marcelo inició la primaria…sí, 1° de primaria. Y yo, a un año, sigo sin poder creérmelo. Les cuento.
Todo fue tan rápido, tan inesperado, tan poco planeado, que no hubo chance para la reflexión o la nostalgia, para la ilusión o el temor. Lo que sí hubo fueron muchos nervios y esta bonita sensación de que Marcelo está creciendo, avanzando, logrando.
De inicio no pensamos mucho en los menesteres del tipo lecto-escritura, sumas y restas, memorizar capitales y fechas históricas; en lo único que pensamos es en que Marcelo se sintiera bien, cómodo y, sobre todo, aceptado e incluido.
La nueva escuela es de inclusión, no sólo no les asusta, sino que están familiarizados con el tema de la discapacidad, maestros de apoyo, adecuaciones, etc., pero fueron muy directos y honestos desde el primer día cuando nos dijeron “somos una escuela de inclusión pero no tenemos experiencia con niños con parálisis cerebral, sin embargo, nos emociona trabajar con Marcelo y agradecemos la confianza si es que deciden que pertenezca a esta Institución”. La no experiencia nos asustó, la excelente disposición nos convenció.
Es cierto que a Marcelo le cuesta trabajo adaptarse a los cambios y aceptar el reto de lo nuevo; y esta vez tendría que enfrentarse a una nueva escuela, nuevo maestro de apoyo, nuevos compañeros… Lo fui a recoger, a las 11.20 -paulatinamente fue aumentando el horario hasta cumplir la jornada completa-, y me encontré con una gratísima sorpresa al recibir a un niño feliz, emocionado, hasta presumido, pintarrajeado de la cara, a un niño grande, maduro, a un niño de 1° de primaria. Las palabras del titular fueron “nos fue bastante bien”, y entonces me volvió el alma al cuerpo. Me contaron de la hermosa bienvenida que le dieron sus compañeros, de lo emocionados que estaban por conocerlo, pues días antes ya les habían contado que tendrían un nuevo compañero, y de lo bien que lo incluyeron. Me contó su maestro de apoyo que en el lunch le decían “apúrate a comer Marcelo para llevarte a que conozcas los juegos”, y mi corazón no pudo sentir más alegría.
Una vez más Marcelo y la vida nos dan una gran lección: CONFÍA. Eso es lo que particularmente tengo que hacer, soltar, dejar de controlar, dejar de querer que todo sea perfecto y CONFIAR en que todo sucede de la mejor forma y como tiene que ser; y, sobre todo, mi niño me volvía a gritar a los 4 vientos CONFÍA EN MÍ, MAMÁ. Y así es como lo hice y lo haré.