Muchos conocen la faceta pública y política de la canciller que esta semana deja el poder en Alemania, pero pocos saben que las personas con discapacidad fueron relevantes en su vida.
En 1954 la familia Kasner era de las pocas que había decidido abandonar Hamburgo, en la República Federal Alemana, para mudarse al lado soviético del país, a la República Democrática Alemana.
Horst y Herlind se subieron a su vocho azul y en el asiento trasero acomodaron una canasta con una bebé recién nacida, Angela Dorothea. Mientras ese año 180 mil alemanes huían del lado comunista al lado occidental de la Alemania de la postguerra, esta pareja iba a contracorriente, eligiendo cambiar la libertad por el régimen de la Unión Soviética.
Abandonaron uno de los puertos más activos de Europa (y diversos) para radicarse en Quitzow, un pueblo con 120 casas y 290 habitantes en medio de un bosque espeso y despojado de servicios y comercios.
Él era pastor luterano y ella maestra de inglés y latín.
Se instalaron en una vivienda modesta que estaba detrás de la única Iglesia Anglicana sobre la única avenida del pueblo.
El padre de quien después sería conocida como Angela Merkel -que adoptó este apellido de su primer marido, Ulrich Merkel- había nacido en 1926 en Brandemburgo (que había quedado del lado oriental después de la Segunda Guerra Mundial) y siempre quiso regresar a su tierra, no solo por melancolía sino porque quería ejercer en un lugar donde realmente se necesitara un pastor. Y un ex profesor de Teología le habló de ese pequeño pueblo en medio de un bosque donde la iglesia estaba acéfala.
Los padres de Angela estaban muy abocados a la crianza de sus hijos (ya tenía un hermano) cuando a los dos años y medio descubrieron que la niña de ojos azules no caminaba. A diferencia de otros niños de su edad, Ángela solo lograba estar sentada o parada en su corral de madera en la cocina de la casa. Con pesados zapatos ortopédicos y mucha paciencia sus padres lograron que cerca de los tres años su hija de los ojos azules caminara con seguridad y sola.
La niña inclusiva
En 1957 la familia Kasner fue traslada a otra comunidad, esta vez más grande y más habitada, llamada Templin. Allí se instalaron en un refugio, un centro de edificios amurallados llamado Waldhof, construido por la iglesia luterana como hogar sustituto y centro educativo de niños huérfanos o abandonados de entre 7 y 17 años.
Eran 340 las personas que estaban allí alojadas más unos 30 maestros e instructores.
Pero un año más tarde el régimen soviético decide que está prohibido que grupos religiosos dieran educación a niños sin hogar y deciden que esa infraestructura iba a ser un centro habitacional para jóvenes y adultos con discapacidades mentales y físicas.
El padre de Angela decidió que Waldhof no iba a ser un lugar pasivo sino muy activo: puso a todos sus instructores y sacerdotes a crear planes de desarrollo y rehabilitación para que aprendieran a vivir con sus limitaciones y darles la mayor independencia posible.
Los religiosos montaron talleres de oficios, viveros, huerta, granja, lavandería y escuela.
En ese espacio no había diferencias y los salones de todas las actividades eran compartidos por niños y jóvenes con y sin discapacidad. Había una convivencia tan natural como desconocida hasta ese momento en Alemania Oriental.
Angela, su hermano Marcus y sus padres vivían sin ningún tabú con los 222 alemanes con alguna discapacidad que fueron trasladados a Waldhof. Ninguno de ellos recibía visitas ni tenía contacto con su familia. Los Kasner eran su familia.
En los registros de la iglesia están aún los nombres de todas las personas que estuvieron allí, con una descripción clara de su discapacidad y de sus habilidades y especialidades: desde niños con síndrome de Down que eran muy buenos en la huerta, hasta adultos con Alzheimer que eran grandes ebanistas, o personas sordas que eran buenos escritores.
Durante 15 años, hasta que cumplió sus 18, Angela convivió con todos los que habitaban este centro de inclusión. Cuando la entrevistaron hace unos años sobre cómo definiría esa época de su vida ella dijo:
“Fue una etapa normal y constructiva, porque entre otras lecciones, la experiencia de vivir con ellos me enseñó que la salud de ninguna manera es un patrón determinante de la alegría”.
En otra entrevista, el predicador Rainer Eppelmann, una amigo de la familia, sintetizó lo que fue para Angela su infancia en medio de cientos de vecinos con discapacidad: “allí Angela inhaló tanta empatía como oxígeno para respirar”.
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