Apenas a la semana de enfrentarnos como familia a la nueva circunstancia y realidad de la pandemia, nos llamaron de la escuela de mis hijos para ir a recoger las tabletas digitales que este año decidieron utilizar como herramienta tecnológica para la enseñanza. Cada niño tiene una Ipad, y con ella trabajaron durante todo el ciclo escolar a través de una plataforma tecnológica.
Las condiciones a las que todos nos ajustamos fueron sin duda apropiadas para este diseño educativo, y desde la semana siguiente toda la escuela pudo estar comunicada y enlazada con los maestros, al mismo ritmo con lo que estaban en el curso de manera presencial, y así seguir aprendiendo desde la distancia. Los mismos objetivos y contenidos. Mis hijos rápidamente se conectaron y sin adaptación alguna, pudieron estar en línea sin problema alguno.
Con María Fermina, mi hija con parálisis cerebral, eso no fue posible. Aunque ella también tiene su dispositivo, y de alguna manera los contenidos se iban adaptando por su maestra de apoyo, al entrar al aula virtual, me di cuenta que el contenido era demasiado complejo para ella, y el ritmo demasiado rápido, generándole más ansiedad que calma, por lo que resultaba imposible. Seguir ahí era perder el tiempo.
Es así que decidimos, que por el momento, si lo que nos interesaba más de la educación inclusiva, era la socialización y por las evidentes circunstancias no se estaba logrando, dejaríamos ese objetivo en pausa y comenzaríamos con su maestra de apoyo, a reforzar los objetivos de aprendizajes individualizados y tratar de adaptarlos a la vida diaria, con tareas domésticas y cotidianas que le brindaran mayor significado en su aprendizaje.
Estar más de cerca con los contenidos académicos y el propio día a día de mi hija, me permitió darme cuenta que había lagunas que le impedían seguir adelante, que necesitábamos regresar en algunos temas que creíamos consolidados, y trabajar en aprendizajes significativos e indispensables para el objetivo principal por el que día a día trabajamos: la mayor autosuficiencia e independencia posible .
Así hemos trabajado durante este tiempo, sin embargo, el dilema viene ahora con esta nueva circunstancia de vida que a todos nos descoloca y en lo particular, me mueve a cuestionarme sobre la educación inclusiva en una aula virtual.
María Fermina esta por terminar sexto grado de primaria. Próxima a terminar un ciclo de su vida, iniciando la adolescencia y con una personalidad sociable y de contacto. El plan es que inicie secundaria en una nueva escuela, con nuevos compañeros, nuevos retos, nuevas ilusiones; sin embargo, la incertidumbre con la que tendremos que aprender a vivir, respecto a que en cualquier momento volvamos a estar con una vida a la distancia y de relaciones virtuales, me lleva a preguntarme si no podremos cumplir con el objetivo de contacto, pertenencia y socialización que brinda la escolarización en una escuela incluyente, luego entonces, surge la pregunta: ¿cómo debe ser la inclusión virtual educativa? ¿Aprender en casa de manera individualizada, con objetivos claros de autosuficiencia y de tareas domesticas básicas?. ¿Será el momento para poner un alto a la educación escolarizada y enfocarme sólo a descubrir qué la mueve, para qué es buena, qué le entusiasma? ¿Reforzar sólo sus habilidades sin los rígidos contenidos educativos?
¿Será que podamos probar durante un año escolar con alguna tutoría en casa, y por otro lado buscar un lugar donde pueda establecer contacto con sus pares con y sin discapacidad pero no una escuela regular como tal?
Tengo más preguntas que respuestas. Quizá sea el momento de la pandemia, donde todos tenemos más incertidumbre del porvenir. Quizá es el momento de afirmar esa verdad clásica que admite que la discapacidad, como la vida, son inciertas.
En este momento que va a empezar una nueva etapa en su desarrollo como adolescente, creo que tengo que brindarle los recursos necesarios que le ayuden a aceptarse tal y como es, lo que va implicar en primer lugar conocerse y descubrir sus propias posibilidades, pero también que sepa reconocer con mucha ternura sus propias limitaciones, y así tal cual es, saberse valiosa, querida y aceptada, principalmente por ella misma, y por quienes la abrazamos.
Al final de la película, queremos que sienta y descubra en libertad quién es, y luego así que pueda encontrar su propio lugar en el mundo que cada día con la pandemia comprobamos que es incierto, sea real o virtual.
*Por: Margarita G.
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