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Carla Zamorano

El mar del autismo en mi casa


Este mar entró a mi familia hace unos años ya. Específicamente cinco, desde que nos lo diagnosticaron a sus casi dos años de edad. Cinco años que fueron, literalmente, darle entrada a una inundación de emociones, de oleajes, de tragar agua, de hundirnos y finalmente de salir a respirar.


Fue y ha sido (y supongo que siempre será) un baño de realidad. De realidad buena y mala, pero de esa que te hace tocar el piso, tomarte un tiempo, ver alrededor, analizar y valorar para ir poco a poco construyendo un criterio, una opinión. Qué sí es importante en la vida y qué está de más. Y hay taaantas cosas que están de más. Demasiadas.


Hoy, después de cinco años de todos los días (tal cual) probar para encontrar qué nos funciona como familia y qué no, puedo comprender que este mar, más allá de todo a lo que nos ha arrojado, ha sido un verdadero regalo.


Un regalo de amor infinito, de miradas llenas de comunicación y ternura, de valoración y empatía, de evolución.


El entender de verdad y por completo que cada diferencia aporta en cualquier sistema, ya sea familiar o social. Que mi hijo, adonde lo lleve, absorberá cosas invaluables de los demás y ellos de él. He vivido su individualidad como si tuviera un diamante muy preciado en mis manos; no cualquiera tiene la autenticidad y la conserva. Su propia inocencia lo vuelve único.


Al llegar a mi casa, el autismo se quedó. Al principio no lo queríamos, nos negábamos a abrirle la puerta. Así que se quedó esperando solito en la sala mientras encontrábamos la forma de recuperarnos de esa visita que no nos gustaba. Pero nos fuimos acercando, cada uno lo fue observando, conociendo, viviéndolo, cohabitando con él a lo largo de estos años.


Cuando pensábamos que a este mar lo teníamos dominado, llegó la pandemia y nos volvió a traer una marejada extrema. Con el mar "picado" hacíamos lo posible por agarrarnos de cualquier cosita para flotar...hasta que hicimos de nuevo otra balsa con los pedazos que encontrábamos al pasar y entonces, ahora sí nos subimos a ella los cuatro.

Hemos navegado en este mar, día con día, a prueba y error. Nunca dejamos de aprender.


Hoy, el agua la tenemos más medida. Cuando hay que nadar, le nadamos. Pero también hay días que ni agua existe. Sólo estamos los cuatro, disfrutando de los más mínimos detalles y triunfos que nos regala: una mirada compartida, una carcajada, alguna expresión que nadie le pidió que repitiera, una convivencia en alguna fiesta sin estar tan alerta, un grito de bienestar, un seguimiento a una instrucción, la probada de un nuevo alimento.


Hemos entendido que esta vida no se planea, se vive. Y ha sido nuestra opción vivirla bien, no importando las circunstancias. ¿Qué nos cuestan tres veces más la cosas? Totalmente, pero es tres veces mayor la recompensa.


¿Cómo se irá poniendo este mar en el futuro? No lo sé. No tengo NI IDEA.

Lo que sí sé, es que Andrés nos ha dado el enorme regalo de poder sacar lo mejor de nosotros mismos. Quizás, en otra circunstancia, esto no hubiera sido tan factible.


Así que como mamá no me queda más que agradecerle a Andrés la persona en que me ha convertido.


Gracias a él tengo un mar de amor a mi alrededor.


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