En algún lugar de la red me encontré este texto (desconozco al autor) y me remontó de inmediato a ese tiempo en el que recibía el diagnóstico de parálisis cerebral de mi hijo (hoy de 11 años). Ese tiempo en que las aparentes malas noticias eran muchas más que las buenas -o las que yo esperaba-. Ese tiempo lleno de diagnósticos, pronósticos reservados y “no se haga expectativas”. Ese tiempo en el que cada fiesta llena de niños corriendo, dolía; tardes llenas de terapias y doctores dolían; miradas asombradas, inquisitivas, morbosas y esquivas, dolían; comentarios como “pero esta bien bonito”, “casi ni se le nota”, “te admiro, yo no podría con el paquete”, “¿sí entiende?”, dolía; noches enteras sin dormir, llantos imparables sin razón, brincos y brincos sin control (hoy sé que se llaman mioclonías), dolían. Ese tiempo en el que no encontraba razón o sentido de lo que mi hijo, mi esposo y yo vivíamos; ese tiempo en el que muy a menudo me preguntaba “¿por qué a él?, ¿por qué a mi?; ese tiempo en el que sabía que no podía rendirme pero en cada paso, en cada acción y cada decisión una parte de mí se desmoronaba, yo completa sentía que me desmoronaba.
Sin embargo, continué, seguí caminando de la mano de mi esposo y mi hijo, a veces sin entender, a veces sólo por qué “debía de ser”, a veces, confieso que las menos, porque algo en mi interior me decía “sigue, algún día entenderás que estos tiempos son perfectos, que son los cimientos sobre los que estás construyendo tu mejor versión, como madre, como esposa, como mujer, como ser humano, y te darás cuenta que todo habrá valido la pena”. Luego pensaba, “y, ¿qué hay de mi hijo, por qué el tendría que sufrir para que yo me realice?”, a lo que la misma voz interior me respondió “tu hijo es perfecto, así como es, el no necesita desarmarse para volverse a armar, el no necesita vaciarse, para volverse a llenar, el está completo, así como es y como está escrito que será; él sólo te necesita a ti en tu mejor versión”.
Yo: Hola Dios.
Dios: Hola...
Yo: Me estoy desmoronando. ¿Me puedes volver a armar?
Dios: Preferiría no hacerlo.
Yo: ¿Por qué?
Dios: Porque no eres un rompecabezas.
Yo: ¿Qué pasa con todas las piezas de mi vida que se caen al suelo?
Dios: Déjalos allí por un tiempo. Se cayeron por una razón. Déjalas estar allí un rato y luego decide si necesitas recuperar alguna de esas piezas.
Yo: ¡No lo entiendes! ¡Me estoy rompiendo!
Dios: No, tú no entiendes. Estás trascendiendo, evolucionando. Lo que sientes son dolores de crecimiento. Estás desprendiéndote de las cosas y las personas en tu vida que te están reteniendo. No se están cayendo las piezas. Las piezas se están poniendo en su lugar. Relájate. Respira profundamente y deja que esas cosas que ya no necesitas se caigan. Deja de aferrarte a las piezas que ya no son para ti. Deja que se caigan. Déjalas ir.
Yo: Una vez que empiece a hacer eso, ¿qué me quedará?
Dios: Solo tus mejores piezas.
Yo: Tengo miedo de cambiar.
Dios: Te sigo diciendo: ¡NO ESTÁS CAMBIANDO! ¡ESTÁS CONVIRTIÉNDOTE!
Yo: ¿Convirtiéndome, en quién?
Dios: ¡Convirtiéndote en quien yo creé para que fueras!
Una persona de luz, amor, caridad, esperanza, alegría, misericordia, gracia y compasión.
Te hice para mucho más que esas piezas superficiales con las que has decidido adornarte y a las que te aferras con tanta codicia y miedo.
Deja que esas cosas se te caigan. ¡Te amo! ¡No cambies! ¡Conviértete! ¡No cambies! ¡Conviértete! Conviértete en quien quiero que seas, en quien creé.
Voy a seguir diciéndote esto hasta que lo recuerdes.
Yo: Ahí va otra pieza.
Dios: Sí. Deja que sea así.
Yo: Entonces... ¿no estoy roto?
Dios: No, pero estás rompiendo la oscuridad.
*Por: Mafer M.
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